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Historias de familia

Janet Gaynor

Un sábado en una mañana de 1935, Candelario le pidió a su amigo Arturo Gutierrez que lo llevara a un estudio en la vecindad “Fairfax” en Los Ángeles. Candelario tuvo con él un retrato imponente, recién hecho, de Janet Gaynor, quien era quizás la actriz más popular de esa era. Un nuevo teatro se construía en el centro de Los Ángeles, y dentro de poco una comisión se iba a otorgar para decorar una de las paredes interiores con un gran mural. Fue la intención de Candelario presentar a los contratistas su obra de la actriz y convencerles que era él quien más merecía esa comisión. Sin embargo, al entrar al edificio, Candelario aprendió que la comisión se había otorgado el día anterior. Por el hecho de que no sabía conducir un auto, Candelario había tenido que esperar que uno de sus amigos le diera un “aventón” al estudio, y como resultado perdió esta oportunidad de su vida. Fue una pérdida significante para Candelario, y como se puede apreciar, se sintió aplastado.

Cuando Arturo le preguntó qué iba a hacer con el retrato, Candelario respondió que a la mejor iba a pintar algo diferente sobre el mismo lienzo. Alarmados, Arturo y su esposa, María Elena, le rogaron que se lo vendiera a ellos. Candelario se negó, creyendo que el retrato de Janet Gaynor representaba un fracaso. Pero luego de mucha persuasión amigable, Candelario acordó concederles el retrato a cambio de lecciones de manejo.

Retrato de Candelario con Pipe

Durante el próximo mes, Arturo y María Elena hicieron todo lo posible para instruir a Candelario en el arte de manejar, de una manera segura, un coche, pero fue inútil. A la edad de 57 años, era un poco tarde para que el maestro de las Bellas Artes aprendiera a manejar un carro. Después de chocar contra un camión de correo, Candelario decidió que sería mejor que hiciera sus mandados subiendo al tranvía y pidiendo aventones a su multitud de amistades. Miembros mayores de la familia recuerdan con nostalgia las gloriosas salidas con visitantes, cuando todos utilizaban la red de los tranvías bien conectados de Los Ángeles.

Manuela como Nun con corona de espinas

Durante varios años, Manuela, hija mayor de Candelario y Herlinda, había expresado su deseo de volverse monja y dedicar su vida a la oración y al cuidado de los enfermos. La familia de hoy día cree que fue en 1934 que ella se reunió con los dominicanos en Los Ángeles. Sin embargo, las esperanzas de Manuela, y la realidad de la vida en el convento, diferían bastante. Como resultado, dentro de seis semanas, ella sufrió una crisis nerviosa severa, la cual la regresó a la casa de su familia. Manuela se quedó acostada en la cama por un año, sin poder reconocer ni a su propia familia, con la excepción de que parecía reconocer a su hermano, Salvador. Aún la presencia de su padre, Candelario, le causó pavor. Buscando ayuda médica, Candelario gastó toda su fortuna, y luego Salvador también se quedó sin ni un centavo, y todo en vano.l.

Fue durante este tiempo de desesperación que un conocido de Candelario, un cura franciscano, llegó al hogar para rezar con la familia. Después de las oraciones, el sacerdote pidió que Manuela se le trajera. Ante toda la familia, colocó el rosario sobre la cabeza de Manuela, e instantáneamente recobró la memoria Siguió adelante, aliviándose, y al año se reunió con las monjas franciscanas, y pasó el resto de su vida haciendo obras misioneras, tal y como siempre había deseado.

Después de varios años en los Estados Unidos, Candelario y Herlinda gozaban de la vida en Los Ángeles, y sus hijas menores recordaban una vida sin grandes preocupaciones. Pero de vez en cuando, Candelario se permitía entrar en la memoria de esos últimos días preocupantes en México cuando desesperadamente y con astucia escondió sus maravillosos murales del Santuario de Guadalupe en Zacatecas. Con la excepción de un breve viaje a Tijuana*, a Candelario le dio pavor regresar nunca a su tierra natal.

Retrato a 60

Debido a la fama de artista que disfrutaba Candelario, él y Herlinda con frecuencia eran anfitriones para los visitantes distinguidos de la Iglesia, algunos de los cuales eran de México. Una noche, recibían a la esposa de un político bien conocido en México. En medio de conversar sobre sus varias comisiones ganadas en Zacatecas, ella le preguntó si él sabía qué es lo que pasó con sus murales, los cuales eran repletos de ángeles, quienes siguieron un camino hacia los cielos. Candelario replicó que no tenía ni idea de lo que les sucedió. Poco después, él confió a su amigo Arturo que le disgustaba tener que mentir, pero que no podía confiar en nadie y decirles la ubicación de los murales sin que él tuviera referencias firmes de fuentes de confianza.

La señora esposa del político siguió en su camino hacia el norte para verse con otros individuos importantes en el área de San Francisco, y mientras ella lo hacía, Candelario se puso en contacto con un amigo muy de confianza, y quien pronto iba a consagrarse como obispo en San Francisco. Cuando Candelario le preguntó sobre el carácter de esta señora, el monseñor contestó que él mismo respondería por la honestidad y lealtad de esta amiga mutua. Así que Candelario propuso en plan que regresaría los murales bien conocidos a su hogar.

La Iglesia San Ignacio
Aunque los cuatro murales

Candelario invitó a la señora esposa a su casa en su viaje de regreso hacia Los Ángeles. Cuando ella llegó, quedó sorprendida y asombrada ante la revelación tocante a los murales: todo lo que se había hecho para esconderlos, y en donde estuvieron enterrados por más de una década. Dentro de unos meses, la señora regresó al hogar Rivas y le presentó a Candelario los murales perdidos de Zacatecas. Luego se mostraban en lo alto de las paredes interiores de la casa.

En una ocasión, amistades trataron de convencer a Candelario para que exhibiera los exquisitos murales en el Hotel Biltmore, en esos tiempos el hotel más fino de Los Ángeles. No obstante, Candelario se negó—los murales eran de tal renombre que él temía que un representante del gobierno mexicano, quizás un cónsul, reconociera los murales como los murales perdidos de Zacatecas, y por tanto exigir que se regresaran como propiedad del gobierno mexicano.

Candelario Pintura Nuestra Señora de Guadalupe

Una noche, para cumplir con una fecha límite, Candelario trabajaba en su estudio hasta muy noche, hasta la madrugada. Cansadísimo y sin pensar, dejó su pipa, aún caliente, dentro de la bolsa de la ropa protector que usaba, y cerca de unos trapos remojados en trementina que había usado para limpiar sus pinceles. Dos horas después, a las cuatro de la madrugada, la familia se despertó por un incendio desastroso que quemó todo el estudio. Todos se escaparon ilesos, y sólo el estudio se perdió. Sin embargo y tristemente, los murales que se habían quedado sellados durante tantos años fueron totalmente destruidos. Varios otras obras maestras también se esfumaron, incluyendo otras obras de antaño hechas en México.

Años después, a Candelario se le preguntó qué es lo que más extrañaba del arte que fue destruida aquella noche. No dudó ni un instante al contestar. Fue el diploma de Herlinda, el documento que mostraba la foto de la joven—su futura querida esposa—con quien se había enamorado para la eternidad.

Repetidas veces, Candelario se negó a trabajar en Hollywood para los estudios cinematográficos. Pero en una ocasión, cuando no encontraba trabajo por ningún lado, aceptó una comisión que durara una semana para pintar un castillo con pasteles sobre un pizarrón de 0.9 x 1.2 m. Era una exigencia del estudio mundialmente reconocido, MGM, y Candelario recibió honorarios generosos que valían tres meses de renta (aproximadamente US $100). El estudio MGM fue complacido por la obra de pasteles, y la usaron en la película El Mago de Oz como el castillo de la bruja malvada. Poco después, le ofrecieron a Candelario un empleo de tiempo completo, pero él declinó la oferta, explicando a su familia que perdería su alma en medio de la corrupción de la industria cinematográfica.

Candelario y Herlinda celebran su cincuenta aniversario

Don Candelario nunca compró casa en Los Ángeles, mas rentaba a largo plazo. La familia se acordaba de tiempos difíciles cuando terminó el trabajo con los Estudios Heisenbergen, y tuvieron que informarle al propietario, un tal Sr. Aylor (un oficial respetado del ferrocarril), que carecían de dinero para pagar la renta. El Sr. Aylor estuvo complacido tener al maestro de las Bellas Artes y su familia en la propiedad, y canceló la deuda mientras la situación económica siguiera grave. Candelario era tan agradecido por la generosidad del propietario que pintó lo que su familia recuerda era un retrato extraordinario del Sr. Aylor, con detalle increíble. El señor propietario por su parte también quedó muy agradecido: lo empacó y lo envió a su madre en el lado oriental de Estados Unidos.

Desde Pancho Villa hasta El Mago de Oz

Candelario Rivas tenía una estatura de 1.6 m, de ojos verdes y las manos perfectas de un artista. Por cierto, fue uno de los grandes expositores del arte clásico y neoclásico. Primeramente un hombre de familia, y con el espíritu aventurero de un niño quien se alejó de su familia para andar con el circo, las obras de su vida siguen inspirando a los admiradores de la ciudad histórica de Salamanca, hasta y más allá de la metrópoli sofisticada de San Francisco, California. Don Candelario pintaba obras de arte toda su vida. Falleció súbitamente de un ataque al corazón el día 29 de junio de 1949 mientras descansaba de su trabajo, disfrutando de unas fotos recientes de la familia. Como notó la Universidad de San Francisco: “Su muerte afligió tremendamente a su esposa e hijos, y los sacerdotes tanto como los religiosos con quienes había trabajado lloraron su muerte. Herlinda sobrevivió siete años más, viviendo tranquilamente con las familias de sus hijas Carmen y María Elena en Lynwood, California, un suburbio de Los Ángeles. María Elena y Carmen también han fallecido, ambas en 2006.

Lápida